La escena doméstica
Los limitados cambios económicos introducidos por el general Raúl Castro en Cuba animaron a algunos observadores a proclamar el fin del comunismo y el desmantelamiento del sistema totalitario en la isla. A pesar de las declaraciones de Raúl Castro de que no fue elegido para restaurar el capitalismo, estos observadores insisten en su creencia de que las reformas económicas se profundizarán y Cuba marchará alegremente al capitalismo o por lo menos a un capitalismo de estilo chino.
Si los objetivos del gobierno de Castro fueran verdaderamente avanzar hacia una economía de mercado, no limitaría las empresas económicas a unas 181 actividades individuales, es decir, peluquerías, zapaterías, pizzerías; alquilar tierras vacías a agricultores individuales para producir en su mayoría agricultura de subsistencia; o para liberalizar los mercados de bienes raíces y automóviles. Además, los onerosos impuestos, reglamentos y derechos de licencia impuestos a estas actividades no conducen al desarrollo de las empresas libres.
Es muy difícil para el general Raúl Castro rechazar el legado de centralización política y económica de su hermano. La legitimidad de Raúl se basa en ser heredero de Fidel. Cualquier medida importante para rechazar las “enseñanzas” de Fidel crearía incertidumbre entre las élites gobernantes de Cuba – el partido y el ejército. También podría aumentar la inestabilidad ya que algunos abogarían por un cambio rápido, mientras que otros se aferrarían a políticas más ortodoxas. Los cubanos podían ver esto como una oportunidad de movilización, exigiendo reformas más rápidas.
Para Raúl, las incertidumbres de descorchar la botella de la reforma en Cuba son mayores que mantener la tapa y moverse con cautela.
Durante las últimas cinco décadas, las consideraciones políticas siempre han dictado las decisiones económicas de la dirección comunista en la isla. Raúl no es Deng Xiaoping, Gorbachev o un pragmatista en uniforme militar. Antes de tomar el poder en 2006, fue el Ministro de Defensa con mayor tiempo en el cargo (47 años). Presidió los peores períodos de represión política y centralización económica en Cuba y es responsable de numerosas ejecuciones después de que él y su hermano asumieran el poder, y algunas inclusive en México y la Sierra Maestra antes de llegar al poder. Raúl ha sido un fiel seguidor y animador de las políticas antiamericanas y pro-soviéticas de Fidel y de las intervenciones militares en África y en otros lugares. En 1962, Raúl y el primer ministro soviético Nikita Khrushchev conspiraron para introducir subrepticiamente misiles nucleares en Cuba. Raúl supervisó el Departamento de las Américas en Cuba, aprobando el apoyo a grupos terroristas, guerrilleros y revolucionarios en toda América Latina y Oriente Medio. En 1996 ordenó personalmente el derribo de dos aviones civiles desarmados de los Hermanos al Rescate en aguas internacionales, matando a tres ciudadanos estadounidenses y un residente cubano-americano de Florida.
A los 84 años de edad, el General Castro quiere confundir en tiempos difíciles introduciendo cambios limitados y manteniendo un estricto control político. Su objetivo es calmar a una población cada vez más infeliz e impedir una explosión social, no transformar a Cuba en una sociedad capitalista. Por sus acciones y declaraciones, Raúl Castro señala que Cuba seguirá siendo un fracasado experimento totalitario en el futuro previsible. Su transpaso de la Presidencia a un burócrata menor del Partido Comunista en febrero de 2018, mientras permanece como Secretario General del Partido y líder de facto del ejército, es un claro indicio de un proceso de sucesión y no de transición. El futuro nuevo presidente no tiene apoyo militar o popular y estará supeditado a los deseos de Raúl y sus aliados militares cercanos en el Politburó del Partido. La reciente creación de una “troika” militar para gobernar las tres regiones de Cuba es un ejemplo más de una sucesión militarizada en la isla.
Kim Jong Un y Miguel Diaz Canel en Pyongyang
La Dimensión Extranjera
Raúl no parece dispuesto a proporcionar concesiones significativas e irreversibles para una normalización a largo plazo entre Estados Unidos y Cuba. Al igual que su hermano en el pasado, las declaraciones y discursos públicos están motivados políticamente y dirigidos a audiencias en Cuba, Estados Unidos y Europa. Las avenidas para serias negociaciones nunca han sido cerradas como lo demuestra la reciente normalización diplomática bajo el Presidente Obama y los acuerdos migratorios y anti-secuestro entre EEUU y Cuba.
Raúl no está dispuesto a renunciar al apoyo y la estrecha colaboración de países como Venezuela, China, Irán, Corea del Norte y Rusia a cambio de una relación incierta con Washington. En un momento en que el antiamericanismo es fuerte en Asia, Oriente Medio y otros lugares, es más probable que las políticas de Raúl permanezcan más cercanas a regímenes que no son especialmente amistosos con los Estados Unidos y que demandan poco de Cuba a cambio de una generosa ayuda.
Sin embargo, existe la firme creencia en Estados Unidos de que consideraciones económicas podrían influir en las decisiones políticas cubanas y que una situación económicamente deteriorada podría obligar al régimen de Castro a mover a la isla hacia una economía de mercado y eventualmente hacia reformas políticas. Esto no ha sucedido y es poco probable que suceda.
Entre muchos en Estados Unidos, todavía existe la creencia de que el embargo es la causa de los males económicos de Cuba. Esta noción ha sido propagada continuamente por el régimen de Castro para obligar a EEUU a levantar unilateralmente las sanciones estadounidenses.
En realidad, la causa de los problemas económicos de Cuba no es el embargo sino un fracasado sistema económico. Al igual que las economías marxistas de la Unión Soviética y de Europa Oriental, el sistema de Cuba es anticuado, ineficiente y corrupto. No fomenta la productividad o la iniciativa individual. Si Cuba exportara y produjera más, podría comprar cualquier producto que necesite de otros países. Para Cuba, Estados Unidos es el mercado más cercano pero no el más barato. Lo que el régimen de Castro da la bienvenida es a los turistas y créditos estadounidenses que ayudan a escapar sin hacer grandes cambios económicos o políticos.
También creemos en los Estados Unidos que los líderes de otros países son muy parecidos a los líderes estadounidenses, excepto que hablan un idioma diferente. Asumimos que estos líderes comparten nuestros valores y percepciones y que, por lo tanto, se comportarán como nosotros. Creemos que podemos negociar con la mayoría de ellos, si no todos, nuestros problemas mutuos, que podemos encontrar un terreno común y resolver las diferencias.
Nada más lejos de la verdad. Hay líderes, especialmente en el mundo en desarrollo, que no comparten los valores occidentales. Ven el mundo de manera muy diferente a nosotros. Tal vez el resultado de sus antecedentes educativos, religiosos o culturales, tal vez el resultado de sus propias experiencias, piensan y actúan de manera muy diferente.
Los hermanos Castro pertenecen a este grupo. Ellos tienen un compromiso de permanecer en el poder. Acuerdos son vistos como algo a corto plazo, a veces forzado, como movimientos tácticos para alcanzar objetivos estratégicos a largo plazo. Las negociaciones con estos líderes del mundo en desarrollo suelen ser de poco valor, y los acuerdos de corta duración.
La larga creencia de Estados Unidos de que, a través de negociaciones e incentivos, podemos influir en el comportamiento de Raúl, se ha debilitado por su falta de voluntad para ofrecer concesiones importantes. Prefiere sacrificar el bienestar económico de los cubanos, en vez de aceptar una Cuba diferente, política y económicamente. Ni los incentivos económicos ni los castigos han funcionado con Cuba en el pasado. No es probable que funcionen en el futuro.
El contrabando de armas de Cuba en un carguero norcoreano en el 2014 parece indicar el compromiso continuo de Raúl con el internacionalismo y su voluntad de violar las leyes internacionales para apoyar a un aliado. Como en las décadas de 1970 y 1980, cuando los hermanos desempeñaron un papel importante en África y Oriente Medio con el apoyo de la Unión Soviética, este incidente demuestra que, incluso sin el respaldo de una gran potencia, Cuba sigue siendo un actor en política exterior.
En este hemisferio el régimen de Castro parece estar tomando un papel tras bambalinas. La participación de Cuba en grupos terroristas y revolucionarios regionales es limitada, con Raúl Castro prefiriendo las relaciones bilaterales de estado a estado. Raúl prefiere tomar un papel tras bambalinas, especialmente en su compromiso de antiamericanismo, para no poner en peligro sus posibilidades de obtener más concesiones unilaterales de los Estados Unidos. Raúl deja a Maduro el rol de vocinglero en la lucha anti-estadounidense.
Alejandro Castro Espín, hijo de Raúl Castro, es coronel y coodinador de las Fuerzas Armadas y de seguridad.
Después de Raúl
Si Raúl Castro muriera o quedara incapacitado, será el Buró Político del Partido Comunista de Cuba quien decidirá el reemplazo. Aunque Raúl designó a Miguel Díaz-Canel como su sucesor, su promoción dependerá de las circunstancias del momento. Si la sucesión se produce bajo un aumento de la presión social o la violencia, es probable que se seleccione a alguien de línea dura, probablemente entre los militares. Dado que la mayoría de los miembros del Buró Político son militares, este grupo tomará la decisión final. Aunque Díaz-Canel también tiene rango militar, no es probable que los Generales en esa entidad se vuelvan hacia él en un momento de crisis.
Si la sucesión es pacífica y Díaz-Canel asume la presidencia en febrero de 2018, tiene que lidiar con el poder de los generales más antiguos, y Raúl Alejandro Castro Espín, el hijo de Raúl, un coronel-coordinador de las fuerzas armadas y de seguridad y una fuerza emergente. Sin apoyo dentro del ejército o en el Partido, Díaz-Canel permanece como una figura títere con poder limitado.
La pregunta claves sobre la Cuba post-Castro no es quiénes serán sus nuevos gobernantes o qué les gustaría lograr. La pregunta clave es si la institucionalización de la revolución bajo el control de los militares, el partido y el aparato de seguridad sobrevivirá a la transición del gobierno de Raúl Castro. E igualmente importante, que puede lograr cualquier liderazgo emergente dentro del contexto sociopolítico y económico existente.
También hay otras preguntas clave y más preocupantes: ¿Serán los nuevos gobernantes capaces de ejercer cualquier opción importante? ¿Tendrán miedo de perturbar el equilibrio multinivel de intereses de los que dependerá ciertamente el nuevo gobierno?
Los impedimentos para un cambio importante son significativos:
- Una población aterrorizada, desorganizada y temerosa que espera el cambio desde arriba. Existe una firme creencia entre el pueblo cubano acerca de la eficacia de los servicios de seguridad y un temor abrumador de sus capacidades represivas. La élite política ve el desarrollo de una sociedad civil como un gran desafío a su autoridad absoluta y una amenaza para su control a largo plazo. Las limitadas ganancias de una sociedad civil independiente de los hermanos Castro en los últimos años son el resultado de un deterioro de la economía; la desilusión con la revolución y la creciente infelicidad con el régimen de Castro; influencia de fuerzas externas; y una relajación limitada del control del sistema. Sin embargo, la sociedad civil sigue siendo débil, no muy eficaz y vigilada cuidadosamente y constantemente por las fuerzas de seguridad.
- El ejército, la institución más importante de la Cuba contemporánea, tiene legitimidad y respeto significativo y es una fuerza disciplinada y leal. Controla más del 60% de la economía. ¿Estarán dispuestos a abandonar este control económico y su papel prominente? Uno de los mayores desafíos de Cuba después de Castro será cómo sacar a los militares de la economía y volverlos a poner en los cuarteles.
La posibilidad de continuidad del régimen, por lo tanto, parece más fuerte para Cuba que para otros estados comunistas. Aunque su final se produjo repentinamente, tomó décadas debilitar críticamente los regímenes de Europa del Este y sucesivos cambios de liderazgo, así como la desconexión y aceptación soviética, antes del colapso.
En Polonia, donde el sindicato Solidaridad nació en 1980, como el primer sindicato no gubernamental de la historia comunista, un gobierno militar continuó en el poder durante casi una década. En China, el régimen comunista obtuvo una nueva extensión de vida después de la muerte de Mao, inicialmente a través de las reformas de Deng y luego en última instancia a través de una mayor represión.
Es probable que el liderazgo posterior a Raúl Castro extraiga algunas lecciones de estos eventos e intente satisfacer las necesidades del pueblo cubano. Inicialmente comprarán cantidades masivas de alimentos para satisfacer una de las principales quejas de los cubanos. Después de un tiempo puede que profundizen las reformas económicas, permitiendo la propiedad privada de la tierra en un intento de aumentar la productividad de los alimentos; fomentar las inversiones extranjeras en sectores clave en los que Cuba carece de tecnología o capital, es decir, la exploración petrolera en el mar y los bienes de consumo. Tendrán que lidiar con el creciente descontento de los negros cubanos, privados de las remesas cubanoamericanas y cada vez más rebeldes y alienados del sistema.
Los cambios, sin embargo, no darán lugar a un período de rápida transformación política o económica o en un colapso del régimen. La estabilidad del sistema cubano se basa principalmente en el poder de las Fuerzas Armadas, el aparato de seguridad y la estructura del Partido. La organización y la fuerza de la burocracia que ha crecido alrededor de estas instituciones parecen asegurar la continuidad a corto plazo. Salvo lo imponderable o impredecible, el cambio rápido no es probable.
Quizás el desafío crítico para un régimen posterior a Raúl sea mejorar la economía y satisfacer las necesidades y expectativas de la población, manteniendo un control político continuo. Las reformas económicas demasiado rápidas pueden conducir a un relajamiento del control político, un hecho temido por los militares, y otros aliados dispuestos a permanecer en el poder y seguir beneficiándose de sus posiciones privilegiadas. Desafortunadamente para los cubanos, la transición puede ser lenta y dolorosa.
La Habana después del Huracán Irma.
Nota: Una versión abreviada de este artículo fue publicada en el “Latin American Advisor”, Interamerican Dialogue, 14 de agosto de 2017.