Por Ramón Fernández-Larrea el 15 Oct 2019 – 12:10pm. ADNCUBA
Parece que la base del socialismo es el ocultismo. Las dictaduras de esa laya, que dicen traer la felicidad a sus pueblos, viven más pendientes de lo que pueda usar el enemigo, que de la verdad. Sucedió en Chernobyl, y todavía la humanidad paga por aquella mentira. Ocurrió luego en la Cuba de los noventa, con el mal llamado Período Especial, donde Fidel Castro clausuró por decreto varias dolencias en la población, como la neuritis óptica y la polineuritis.
La mal llamada revolución cubana, que ha proclamado a la isla “potencia médica”, para poder continuar con su negocio de renta de médicos al extranjero, no puede reconocer los errores, las negligencias y la caída en picado de la atención sanitaria en Cuba. Y muestra una frialdad tremenda ante el fallecimiento de sus habitantes, contradiciendo todo el humanismo que proclama.
Ahora ha muerto una niña de un año de edad, y hay otros en estado de gravedad por un “evento adverso asociado a la vacunación con PRS”, una reacción a una vacuna administrada en un policlínico de Alamar contra la Parotiditis, la Rubeola y el Sarampión. Ha muerto una criatura, no se sabe por qué, y pasaron los días sin que el Ministerio de Salud Pública o cualquier dirigente de esa potencia médica se acercaran a los desolados padres.
La niña Paloma Domínguez Caballero, dejó este mundo el pasado 9 de octubre a las 10 de la noche, y no ha sido hasta el sábado 12, y debido a la presión mediática tras la denuncia de la madre en las redes sociales, que el correspondiente Ministerio emitiera una declaración al estilo de las declaraciones en la Cuba de hoy: justificaciones y estadísticas. Como si el dolor necesitara cifras. Como si una pérdida humana— en este caso la pérdida de una criatura inocente— no mereciera una línea de aliento, una frase de consolación, un párrafo de solidaridad y compromiso.
Y pasaron después dos días sin que ningún dirigente, ocupados en el sainete cómico que han sido estas últimas elecciones, diera la cara. Hasta que apareció el designado, el flagrante—que no flamante— presidente de ese timo llamado república de Cuba, para lanzar al mundo un tuit donde, más que lamentar personalmente la pérdida de la niña Paloma, hablara de los niños en general y como colofón, dijera lo que más le interesaba: acusar al enemigo, es decir, a todas las personas decentes que hemos lamentado esta desgracia, de manipulación política.
Dolorosa pérdida de bebé Paloma. Condolencias a sus padres. #MINSAP investiga y cuida celosamente a otros niños afectados. Ofende y lastima manipulación política de adversarios. Nada más importante que un niño para la #RevoluciónCubana. #SomosCuba
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) October 14, 2019
A mí no me extraña esa actitud a esta altura del juego. Estos “cuadros” de puerco asado y cerveza en vasos perga son la continuidad del Comandante, el engreído que daba largos discursos triunfales solamente para pasar a la Historia como un salvador. Fue por eso, por su egolatría desmedida, que un día lanzó al mundo la falsedad de que Cuba era una potencia médica. Sus sucesores han temido desde entonces que se les caiga el cartelito, que el mundo descubra su falacia. Y que comprueben que el llamado “internacionalismo” solamente es propaganda y negocio.
En situaciones como estas, devastadoras y profundas, es donde se mide la grandeza del ser humano, y se comprueba que la dictadura no sabe qué hacer con la verdad. Se miran y se esconden, delegan, exigen, disimulan. Y al final, si hubiera un final, de seguro culparán a un humilde enfermero o algo similar.
Pero que hayan pasado tantos días sin que ningún representante de ese gobierno visitara a los padres para interesarse por el caso, para iniciar una investigación, para consolarlos en su pérdida, es de una vulgaridad y una falta de humanismo tremendos. Pero que la prensa, esa esclava del Partido, haya intentado ignorar y ocultar el suceso, ya es lo más parecido a un acto criminal.
Díaz-Canel intentó, como un papagayo dócil, dar una especie de respuesta martiana a la situación, escribiendo que “Nada más importante que un niño para la Revolución Cubana”.
José Martí, que no era un hombre violento, le habría cruzado el rostro a este insolente con un par de buenas bofetadas. Las mismas que hay que darles a todos los representantes de la dictadura cubana, uno por uno, durante los días que les quede de vida.
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