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¿Bajen los precios del qué…?: al gobierno cubano no le gustan los reclamos

Por Ramón Fernández-Larrea el 18 Jun 2019 – 11:32am. ADN Cuba 

Opinión
Al gobierno cubano no le gusta que le reclamen nada. Parecería que no estuviera dirigido por hombres sino por dioses. Soberbios, orgullosos, herederos del ego gigantesco de Fidel (ahora entiendo mejor por qué sus seguidores dicen que “sigue viviendo en ellos”). No quieren críticas ni señalamientos. Y menos que les rectifiquen, que les pidan, que algún miserable plebeyo ose protestar, porque eso significa insatisfacción y desagradecimiento. Eso es, en su reglamento personal, morder la mano que les da de comer.

Si les dan un jurel a veinte pesos por núcleo de dos personas, protestan. Y antes protestaban porque en vez de jurel se les daba pollo por pescado. Protestan porque no hay huevos y también protestan porque hay, pero no alcanzan. En lugar de estar contentos, sabiendo que “papá estado” piensa en ellos y los protege. Que papá estado les da lo que puede rapiñar por ahí, sean donaciones o compras. Qué desagradecido es este pueblo, que muerde la mano que papá estado tiende para darle su regalito y que no se nos mueran, porque, si se mueren o se van ¿Quién nos aplaude luego? ¿Quién desfilará el primero de mayo? ¿Quién votará en todos los simulacros de elecciones democráticas que hacemos?

Lo peor no es que ese pueblo sea desagradecido, sino que está permeado por “la contrarrevolución”. Cada día aparecen más “mercenarios”, que le siguen el juego a los traidores que viven en “el monstruo”, “asalariados de la CIA”, que ponen la cosa mala. Porque sabemos que la cosa está mala, compañeros, pero ellos intentan ponerla peor. Ellos quieren fomentar la envidia, la disidencia, el desacuerdo y el desacato. Ellos quieren ahora que ETECSA baje los precios para conectarse a internet.

Eso es lo último: no reclaman comida ni libertades, sino acceso más barato a ese invento imperialista que llaman Internet, para ver pornografía y hablar con sus familiares en la yuma. Habráse visto, cará, que tantos mártires dejaran su sangre en el camino para que ahora sean más importantes las llamadas zonas wifi que los monumentos sagrados de la patria…

Es como que alguien haya olvidado que al principio del triunfo cacareaban que la revolución se había hecho “Con todos y para el bien de todos”. Pero ¿si alguien de todos esos “todos”, siente de repente que no le llega algún bien de esos, debe callarse la boca para no ser tildado de mercenario? ¿Es esa la mentalidad que tienen, a lo largo del largo padecimiento del pueblo cubano los viejos dinosaurios y sus jóvenes hienas?

Sólo faltaría (a lo mejor ya ha sucedido y no me enteré) quien argumente los efectos dañinos de internet para los cubanos porque así se enteran de las “mentiras del imperialismo”, que hace (según otro teórico idiota o desubicado) “esclavos” a quienes buscan mejor vida terrenal en otras tierras.

Los mismos que han hundido y siguen hundiendo al país, defendiendo un sistema que se suponía iba a conquistar el cielo por asalto, pretenden ahora, con viejos argumentos, antiguas argucias y envejecido lenguaje, seguir denigrando a los que ya se cansaron de humillaciones y mentiras, y a los nuevos que no quieren comulgar con ese absurdo “amor a la patria y a Fidel”, que solamente significa silencio y adhesión a ellos mismos.

¿Todo el que señala lo mal hecho es un enemigo, o los verdaderos enemigos son los que califican de enemigos a los que señalan lo mal hecho? Se ha perdido en el país el sentido del ridículo. Los antiguos guatacas y adláteres, como el supuesto periodista y bloguero (¿globero?) Iroel Sánchez (“Tú y el Sánchez ese, que nadie sabe quién coño es o si existe o no existe”— bocadillo de Cheíto León en El hombre de Maisinicú) no tienen ya ni una pizca de pudor en su afán de señalarse ante el gobierno como defensores a ultranza del sistema. Ni siquiera se inmutan cuando los llaman “talibanes”.

Me viene a la mente el chiste del cubano que viaja al exterior y a la pregunta de cómo le va en Cuba, responde “No me puedo quejar”. El extranjero insiste: “Pero “¿ganas bien, comes bien, tienes todo resuelto?”, a lo que el viajero responde: “no tengo nada de eso”. “¿Y por qué me dijiste que estabas bien al principio?”, insiste el extranjero, y el cubano remata: “No, lo que te dije es que no me puedo quejar”.

Un país donde decir lo que uno piensa te señala como enemigo, mercenario o peligroso, es una indecencia. Es lo más parecido a un campo de concentración que existe. Y quien siga pensando que el gobierno tiene el deber de alimentarlo y él tiene la obligación de callar, es un miserable aquí y en la Antártida.

Entonces el sistema nunca fue hecho para el bien de todos. Sólo piden sumisión y silencio. Y que nunca se muerda la mano que, según ellos, “da de comer”.

 

 

Estas publicaciones no representan necesariamente las opiniones del Instituto de Estudios Cubanos.

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