Por Ramón Fernández-Larrea el 03 Sep 2019 – 2:11pm. ADNCUBA
Karelys está preocupada, su hijo Kevin Cosner de la Caridad entró por fin al 7mo grado de una secundaria en La Habana. El año pasado no aprendió casi nada, aunque ella se sorprendió al ver lo bien que la criatura baila reguetón. “La maestra nos enseñó”, dijo Kevin, y ella no le dio mayor importancia porque al menos está saludable y a lo mejor aprende algo bueno con el tiempo.
Ella no espera que Kevincito se haga médico o ingeniero. Solavaya, dice. Si termina de médico lo pierdo, porque “esta gente” lo mandará a cualquier lugar de esos raros donde dicen que van a ayudar, y lo van a tener agarra’o por donde usted sabe, repite haciendo un gesto. Que sea lo que Dios quiera, es el deseo de la madre, aunque, como cantó Rubén Blades en su tema El nacimiento de Ramiro, le pide a la vida “que no le salga ladrón”. Y que tampoco resulte ser muy bruto, pide en silencio Karelys mirando al cielo.
Ahora está preocupada porque ese último deseo va a ser difícil de cumplirse. Ha visto en el noticiero lo que dicen que salió en el periódico Granma, que las tareas para este próximo curso escolar en Cuba serán: “discutir la Constitución y Ley Electoral, escribir el himno y saber entonarlo”. Y ella confiaba en que su muchacho iba a saber por fin quién fue Miguel de Cervantes y Saavedra, o William Shakespeare; quizá Albert Einstein o Marie Curie, o Nikola Tesla. Tal vez que se decidiera por la física, o por la química. Tal vez lo atraparía la biología. Pero no, de seguro caerán sobre su hijo la chusmería, la vulgaridad y la banalidad más vana y banal, esa que nace de la incertidumbre y la abulia, el desinterés y la doble moral.
Julián, el abuelo de Kevin, calla y sufre. La única constitución que ha servido, en su modesta opinión, fue la del 40. Las otras son un truco, un mal truco, la estafa del proselitista mayor que embaucó a Malanga y su puesto de viandas y después se lo decomisó –se decía “se lo nacionalizó o se lo intervino”- y desde entonces solamente hay malangas en el noticiero. Pero no quiere discutir más con su hija y mucho menos hacerle daño a su nieto, en quien ponía tantas esperanzas. Soñó con poder hablar con él del mundo, sin rigidez ideológica, como hablan los que no temen a nada, los que saben escuchar al prójimo sin ardores rabiosos. Pero todo indica que no será posible.
Le pasó con su hija Karelys. La alejaron con aquello de las escuelas al campo y luego fue becada muchos años. Y tras graduarse en la universidad la lanzaron para Camagüey al servicio social, y ya después, por mucho amor que se tuvieran, casi eran unos desconocidos que tropezaban a la entrada o a la salida. Y ahora a su nieto le esperan, en lugar de libros de historia o de ciencias, o enciclopedias y buena literatura universal, unos mamotretos vacíos con las leyes “Electoral y de Símbolos aprobadas recientemente por el Parlamento de la isla”, según ese bochorno llamado Granma.
Lo ha dicho la prensa, la radio y la televisión. Los ministros y viceministros: “El viceministro de Educación, Eugenio González Pérez, aseguró que para lograr tales objetivos distribuyen 30 mil ejemplares de la Carta Magna en las secundarias básicas, para que sean analizados en los tres grados, aunque paulatinamente el texto llegará a todos los niveles de enseñanza”. Parece el aviso de una epidemia, la constancia de una plaga que ataca el cerebro.
Y ahí no para de ladrar la perra, hay más cosas tristes: “La viceministra Dania López Gulbones dijo además que este curso trabajarán de manera especial en la escritura del Himno Nacional, ‘el significado de cada una de sus estrofas y la correcta entonación al cantarlo”.
Karelys y Julián no saben ya qué hacer. Adiós a la ortografía y la honestidad, dos cosas que en Cuba cayeron en desuso. La policía da palos, el presidente ofende a los cubanos, y la tropa de ignorantes que le siguen usan las redes sociales para escribir disparates sin abochornarse. Vuelven a sonar las envejecidas y ya desganadas cargas al machete que ya no dicen nada pero que son un código ante el que se debe disimular.
Ni siquiera pueden instruir en casa a Kevincito, sembrar en él otros conocimientos, que sepa en realidad un poco del saber que han logrado reunir los hombres desde el Renacimiento, porque se le va a notar en los ojos que no es un cayuco como los demás, y lo pondrán en peligro. Habrá que resignarse y rezar— a escondidas— para que el muchacho salga honrado, decente y que aprenda matemáticas. Y tiempo al tiempo, a ver si ese afán del hombre nuevo se le quita a estos jenízaros de la mente.
El hombre nuevo resultó ser un cangre de yuca. Un ñame, pero descamisado y sin corbata. La suerte de Kevin puede que esté echada… No sabrá quién fue Albert Einstein, pero cantará el himno muy bonito y será revolucionario.
O fingirá serlo con todas sus fuerzas, para salvarse.
Estas publicaciones no representan necesariamente las opiniones del Instituto de Estudios Cubanos.