*Por Pedro Roig.
Cuba y el azúcar han estado unidos inseparablemente a lo largo de la historia. Hay un viejo dicho que sintetiza esta relación: «Sin azúcar no hay país». La economía cubana era radicalmente dependiente de las fluctuaciones del mercado del precio del azúcar con profundas implicaciones para el bienestar financiero de los cubanos. Esta estrecha relación se vio notablemente impactada por la volatilidad y caída del mercado del azúcar en 1920.
Después de seis años de prosperidad sin precedentes en la que Cuba se convirtió en el mayor productor de azúcar del mundo, la demanda y el precio disminuyeron rápidamente a medida que los campos y las fábricas de remolacha de Europa se recuperaron de la devastación de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). «La danza de los millones» en Cuba había terminado. Para la industria azucarera fue una catástrofe.
En julio de 1914, un mes antes del estallido de la guerra en Europa, el precio del azúcar era de 1,93 centavos por libra. En agosto aumentó a 3,66 centavos por libra. Además, la demanda del mercado de azúcar cubana aumentó a medida que las regiones de producción de remolacha azucarera de Europa fueron destruidas en los campos de batalla y millones de campesinos se unieron a los ejércitos de sus naciones.
Como resultado, la industria azucarera de Cuba floreció. Un año después (1915), la producción alcanzó más de 2,600,000 toneladas y aumentó su participación en la producción mundial de 2.7% en 1900, a 15.4% en 1915. También dominó el mercado azucarero de EE. UU. Además, Inglaterra recurrió a Cuba por sus necesidades de azúcar. Durante la guerra, Inglaterra compró 2,500,000 toneladas de azúcar a Cuba. Para controlar el aumento de los precios, las Potencias Aliadas crearon un organismo que regulaba el precio del azúcar fijándolo en 4,6 centavos por libra de azúcar en bruto. (Este control de precios terminó en 1920)
Para 1916, con una creciente demanda de azúcar, el futuro económico de Cuba parecía más brillante que nunca. Con la perspectiva de excelentes retornos, el capital estadounidense hizo fuertes inversiones en Cuba para comprar tierras en los campos de caña y construir nuevos y mayores «centrales». Durante los años de la guerra, se construyeron 25 ingenios modernos, lo que convirtió a Cuba en el emporio azucarero del mundo.
La sociedad cubana quedó deslumbrada por la prosperidad económica de los años dorados del azúcar. Más de 50,000 «colonos» se encontraban entre los cubanos que expandieron su tenencia de la tierra, pagando viejas deudas, mostrando su riqueza y viviendo la buena vida del éxito financiero. Cuba estaba experimentando una extraordinaria bonanza económica.
La industria de la construcción también estaba prosperando, con casas elegantes construidas en los suburbios de moda del Vedado y Miramar, en La Habana. Los cubanos ricos recrearon los estilos arquitectónicos clásico gótico, renacentista italiano y francés. El suburbio del Country Club tenía hermosas mansiones.
Se ignoraron los estrictos procedimientos bancarios. Muchos grandes prestamos quedaron sin garantía. Entre los empresarios más destacados se encontraba José López Rodríguez, conocido como «El Gallego Pote», un conocido desarrollador de Miramar, a quien se le otorgaron millones de préstamos no garantizados.
Hugh Thomas escribió: «El resto de 1920 pasó, día a día, en un ambiente de ensueño». El 28 de junio de 1920, el Wall Street Journal escribió: «El ‘Paseo del Prado estaba lleno de autos como la Quinta Avenida de Nueva York”. El impacto de la bonanza azucarera se sintió en toda la isla.
En 1920, sin control de precios, los desenfrenados préstamos bancarios desbordaron la especulación financiera. El 20 de mayo de 1920, el precio del azúcar alcanzó los 22.5 centavos por libra y luego, abruptamente, como un rayo inesperado, se desplomó. Para el 19 de noviembre, el precio llegó a 4 centavos por libra. En diciembre había caído a menos de 3 centavos por libra.
Muchos propietarios de centrales azucareros, colonos y especuladores de azúcar que habían tomado prestado la venta de la próxima cosecha no pudieron cumplir con sus obligaciones de pagos bancarios. A su vez, los bancos que se habían apartado de las regulaciones y procedimientos financieros para proteger los préstamos ahora no podían cobrar las enormes deudas de sus clientes y se declararon insolventes. Temiendo lo peor, la gente se apresuró a sacar sus ahorros. Se produjo una corrida bancaria y el pánico se apoderó del devastado sistema financiero cubano.
Fue una catástrofe económica. Para el verano de 1921, 20 bancos se habían derrumbado. Algunos banqueros y especuladores del azúcar huyeron de la isla; otros como Pote Rodríguez se ahorcaron. Los bancos de propiedad cubana fueron los más afectados, mientras que los bancos extranjeros, con sus sólidas reservas monetarias, pudieron capear la tormenta.
Afortunadamente para 1922, la demanda del mercado estadounidense de azúcar aumentó y el precio se estabilizó alrededor de 3.75 centavos por libra, que fue más alto que el precio promedio entre 1885 y 1914. Al final, la «Danza de los Millones» marcó la vulnerabilidad del mercado mundial del azúcar y la necesidad de establecer rigurosos requisitos de préstamos bancarios. Para La Habana esta época marca uno de los más extraordinarios legados arquitectónicos que contribuyó al mágico esplendor de la capital de Cuba, hoy visiblemente en ruinas.
* Pedro Roig, Esq. es Director Ejecutivo del Instituto de Estudios Cubanos. Tiene una maestría en historia de la Universidad de Miami y un doctorado en derecho de la Universidad de St. Thomas. Ha escrito varios libros, entre ellos La muerte de un sueño: Una historia de Cuba y Martí: La lucha de Cuba por la libertad. Roig es veterano de la Brigada 2506.