El dictador Fulgencio Batista escapó de Cuba en la madrugada del 1ro de enero de 1959. Había triunfado la rebelión de la clase media. Escondidos en el jubiloso amanecer, el infortunio traía el engaño y el terror. El pueblo, en su gran mayoría, se había mantenido al margen de la lucha pero despertaba con el apasionado entusiasmo de la victoria rebelde que proclamaba la autoridad suprema de la Constitución de 1940 y la soberanía nacional.
Una alegría desbordante recorría las calles de Cuba, junto a una escondida y feroz intolerancia fidelista. La palabra revolución era un símbolo histórico que llevaría a los cubanos un mundo mejor. Todos querían ser revolucionarios, inspirados por la propaganda y el inmenso poder de esa mitología redentora. ¿A dónde nos llevaba? Pocos tenían la respuesta, pero la palabra revolución lo arrastraba todo.
La mentira
Santiago de Cuba, la heroica ciudad que había encabezado la rebelión, recibió a Fidel Castro como un héroe nacional. En el parque de Céspedes, Castro mintió frente al pueblo y a la prensa cuando insistió, repetidamente, que “la revolución no es comunista”.
El 9 de enero de 1959, el día siguiente de su entrada triunfal en La Habana, Castro continuó con la farsa revolucionaria, declarando: “los partidos políticos se organizaran dentro de unos ocho o diez meses”.
En la Fortaleza Militar de La Cabaña, Ernesto Che Guevara, “la fría máquina de matar”, como él mismo definía a un buen revolucionario, declaraba a la prensa: “Nuestro movimiento es democrático y liberal… en un plazo de un año y medio, el movimiento 26 de Julio se organizará como fuerza política. Entonces habrá elecciones”.
El 11 de enero, respondiendo a periodistas de la cadena CBS de Estados Unidos sobre si el Directorio Revolucionario podría integrarse como partido político, Castro afirmó categóricamente: “Naturalmente… Si no damos libertad a todos los partidos para organizarse, no seremos un pueblo democrático”. Castro mentía a la burguesía que encabezó la rebelión porque era un peligro latente a su monstruoso egocentrismo de poder totalitario.
El terror
Es evidente que desde los primeros días, el odio de clases y el terror se hicieron parte integral del modelo leninista de la revolución. El 2 de enero, en Santiago de Cuba, Raúl Castro ordenó a Fernando Vecino el fusilamiento de 11 miembros del régimen de Batista, acusados de torturas y crímenes, sin previo enjuiciamiento. Los fusilamientos fueron transmitidos a toda Cuba por televisión. Los cadáveres caían en una fosa común, que luego fue rellenada con una moto-niveladora.
Los fusilamientos se exhibían diariamente por cine y televisión, con imágenes escalofriantes de rostros destrozados por las balas y “tiros de gracia”, para rematar a los que aún permanecían con vida. Era el terror leninista en toda su infamia.
El jubiloso amanecer del 1ro de enero de 1959 no fue otra cosa que la llegada de la intolerancia dogmática, el miedo, la miseria y la mentira del marxismo-leninismo. Fue un día nefasto en la historia de Cuba.
* Pedro Roig, Esq. es Director Ejecutivo del Instituto de Estudios Cubanos. Tiene una maestría en artes de la Universidad de Miami y un doctorado en derecho de la Universidad de St. Thomas. Ha escrito varios libros, entre ellos La muerte de un sueño: Una historia de Cuba y Martí: La lucha de Cuba por la libertad. Es veterano de la Brigada 2506.