* Por Yoe Suarez
En octubre de 1868 en la ciudad cubana de Bayamo se escucharon por primera vez las notas del Himno Nacional. Un llamado a la guerra independentista contra el Imperio Español. El 17 de marzo pasado, 155 años después, cientos de cubanos anduvieron las calles de Bayamo cantándolo frente al totalitarismo socialista.
Si los primeros lo hicieron con antorchas encendidas, los segundos llevaban el fuego en la voz. Caminaban por una ciudad en penumbras, agobiada por apagones de hasta 20 horas diarias, sin alimentos ni medicinas, y con la bota liberticida del Partido Comunista (PCC) en el cuello.
Aquel día, codificado mediática y popularmente como 17M, se replicaron en otras urbes y poblados de la isla protestas pacíficas. El Cobre, provincia Santiago de Cuba, Sancti Spíritus en el centro del país, y Santa Marta, Matanzas, fueron algunas de las que quedaron en la memoria nacional gracias a transmisiones en vivo e imágenes que tomaron os cubanos con sus celulares.
“Libertad”, “No a la violencia”, “Tenemos hambre”, “Abajo Díaz-Canel”, “Corriente y comida”, “Patria y Vida”, fueron algunos de los gritos que dejaban oír los videos. El régimen cerró el flujo de información casi de inmediato con apagones locales de Internet, servicio que domina mediante el monopolio estatal de telecomunicaciones ETECSA. Las protestas se extendieron por dos días.
En Bayamo, ciudad donde hay reportes y testimonio gráfico de violencia por parte de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), todavía hoy se habla con entusiasmo sobre las manifestaciones. El disparo de adrenalina popular al hacer lo que está prohibido, manifestarse contra el Estado, quedará en la memoria de los bayameses.
Un pastor de una iglesia local que ha pedido anonimato compartió las imágenes que encabeza este artículo. Gente agolpada en el área conocida como el Crucero de Figueredo, y un dispositivo policial para contener su avance. Alguien de su iglesia, que participó en las manifestaciones, le envió las fotos. Se comparten videos y contenido gráfico en grupos de WhatsApp y Telegram con iguales dosis de orgullo y temor.
En Cuba hay una tiranía. No cualquiera. Las tiranías socialistas son lo peor que le puede pasar a un país.
Las exhibiciones populares contra el castrismo no son nuevas. Dos días antes de las protestas del 17M, en un barrio periférico de Santiago de Cuba, después de todo un día sin electricidad, varios cubanos salieron a los balcones de sus apartamentos a gritar “¡Libertad!”. El pastor Alain Toledano mencionó el suceso como “un grito de esperanza y reforma”.
Entre los que gritaron estaba una miembro de su congregación y joven madre, Rut. El 16 de marzo la policía política la detuvo y trasladó a la Unidad de Operaciones de Versalles, un conocido centro de torturas en la ciudad oriental. Aunque al inicio los militares pensaban detener al padre de Rut también, abrieron las esposas que ya le habían puesto para que cargara a su nieto, un bebé que miraba desconcertado a aquel grupo de hombres uniformados en su casa, llevándose a su madre como si fuera una criminal. La joven cristiana fue interrogada, amenazada y después incomunicada en una celda. El 17 de marzo su padre y su esposo, con el bebé en brazos, se plantaron en la estación pidiendo su liberación.
Horas después, en la cercana localidad de El Cobre, detonó una concentración de vecinos en las calles por la falta de alimentos y electricidad, que pronto escaló a gritos contra el sistema marxista y la cúpula gobernante. Funcionarios y oficiales de la PNR, trepados a una azotea, intentaron aplacar a los manifestantes, que les devolvían desaprobaciones e, incluso, cuestionaban la legitimidad de sus cargos. Esto último le espetaron a la máxima representante del totalitarismo en la provincia, Beatriz Jhonson, Secretaria del PCC.
La chispa, gracias a la interconexión propiciada por Internet, se contagió en la ciudad de Guantánamo, donde un grupo de personas coreó frases contra el gobierno municipal. Otra protesta llegó hasta la localidad Los Mangos, en la provincia de Matanzas.
La ira del régimen se desató con detenciones de varios participantes. El 18 de marzo hubo una considerable concentración a las afueras de la Estación de la PNR en El Cobre. Frente a una línea de policías que miraban desconcertados, los plantados cuestionaban por qué habían encerrado a sus vecinos, amigos y familiares la noche anterior por “desórdenes públicos”.
“La gente se cansa”, decían los abuelos en mi casa cuando la situación estaba al límite. La promesa de que el cansancio final llegaría en forma de protestas públicas masivas pasó de generación en generación sin cumplirse, gracias al afinado panóptico nacional, al implacable sistema represivo, el adoctrinamiento y la condición de isla que acrecienta la sensación de cárcel en Cuba.
Desde 2021, con las manifestaciones del 11 y 12 de julio, parece que el dicho de los viejos se empieza a cumplir. Pueden catalizarla, entre otros, una madre separada de su bebé, castigos para quien pida la libertad de la isla, apagones prolongados que devuelven al país a la época precolombina, cero leche para los niños. Es decir: la propia inhumanidad e ineptitud del Socialismo es su propio enemigo.
*Yoe Suárez, autor de los libros de no ficción «La otra isla» (Finalista Michael Jacobs Fellowship 2016 y Latino International Book Award 2019), «El soplo del demonio. Violencia y pandillerismo en La Habana» (2018), «Charles en el mosaico” (Mención Casa de las Américas 2017) y “Leviatán. Policía política y terror Socialista en Cuba” (Premio Ilíada 2021). Sus libros han sido traducidos al italiano y al inglés. Fue corresponsal en La Habana de CBN News. Ha publicado en medios como The Hill, Newsweek, El Espectador, Univisión y El Español. Hizo periodismo narrativo y de investigación para medios cubanos independientes durante ocho años en la isla, hasta su exilio en agosto de 2022. Dirigió documentales como el largometraje «Cuba Crucis» (2022) y «Normadentro» (Premio Memoria Documental de la Muestra Joven ICAIC 2011). Ha aparecido como colaborador en Deutsche Welle y Mega TV y dirige la plataforma Boca de Lobo desde 2018.