* Yoe Suarez
Mientras Bernie Sanders aplaudía el sistema educacional castrista en 2020, yo pensaba en todo el daño que ha hecho esa máquina de moler cerebros. Estaba en La Habana pidiéndole a Dios que mi hijo, de 2 años, nunca entrara al túnel de manipulación escolar, que no repitiera en las mañanas “Pioneros por el Comunismo, ¡seremos como el Che!” o recitara poemas alabando al Socialismo.
F de Fusil, M de Miliciano, R de Revolución. Eso rezan los libros, repiten los maestros, imprimen las imprentas, escupe la radio. “Girón, primera victoria contra el imperialismo en América Latina”, “Girón fue invadida por mercenarios”, “Girón”.
En Cuba llaman así, no Bahía de Cochinos, a la batalla de tres días de abril de 1961 en que un grupo de exiliados enfrentó al ejército y milicia comunistas. Girón porque fue el pedazo de playa en que Fidel Castro declaró su victoria.
El adoctrinamiento que millones de cubanos han vivido y viven hoy, en esta hora exacta, ha hecho que confundamos héroes con ladrones, que liberemos a Barrabás y pidamos cruz para el justo. Salir de la matrix no es simple, especialmente si desde niño te adoctrinan en una línea de ensamblaje hermética como la del comunismo, que va del kindergarten al PhD.
Imagine este escenario: un individuo despierta y prende el televisor o la radio y oye que el país marcha en ascenso, mientras el mundo arde; que la unidad en torno al líder garantiza esa paz, y en la calle ve sus murales en paredes quebradas y en las monedas sus frases. En la escuela o el empleo su opinión y hasta sus gestos son monitoreados por militantes que organizan actos de reafirmación revolucionaria.
El día que dudas del holograma partidista en que vives, te enteras de que al vecino o al amigo lo han llevado preso o lo apalearon por pensar distinto. Pocos eligen la manigua.
El castrismo atacó tempranamente las instituciones dadoras de sentido: escuela, medios e iglesia. Y continuó contra otras que median entre el Estado y el individuo: la comunidad, la familia, que son como el mangle al litoral en tiempos tempestuosos.
El veneno principal fue la politización total de la sociedad (de la moral, a los festejos), la delación extendida entre vecinos, y el alejamiento entre el hogar y los hijos, internados la mayor parte de sus vidas en campamentos donde ejercían labores agrícolas y crecían fuera de la supervisión moral y educacional de madres y padres.
Las familias cubanas se quebraron desde 1959. La mía no fue la excepción. Piche Catalá, primo de mi abuelo, lideró la guerrilla anticomunista en los llanos de Matanzas y cayó en combate en 1963. Antero Fernández, miliciano y también primo de mi abuelo, murió en Bahía de Cochinos.
Allí también una tía abuela, Osnelba, participó del lado miliciano… vestida como hombre, como en el mito de Mulán. A los 19 años escribí sobre ella y su historia con un romanticismo insuflado por el desconocimiento. De la oficina del entonces “vicepresidente” de la dictadura, José Ramón “Gallego” Fernández trataron de contactarme, desconocían que una mujer participara de la batalla.
Ella, que vivía en un edificio soviético en el soviético barrio de Alamar, estaba decepcionada de todo. La Asociación de Combatientes le había dado, después de publicada la entrevista, un viejo televisor. Cuando la invitaron a estar en la tribuna de la Plaza de la Revolución en un desfile “por la victoria de Girón”, se negó, asqueada.
El lío más grande que me busqué en la Universidad, estudiando Periodismo, y el que me metió por primera vez en un problema político, ocurrió un año después de la entrevista con ella. Revisité la historia de Bahía de Cochinos, y en un análisis somero entendía que era imposible que allí hubieran ido los milicianos a luchar por el Comunismo. A Fidel Castro le encantaba vender ese eslogan: “Girón, primera derrota del imperialismo en América Latina”. Pero era una mentira. Otra más.
Después de pasarse años negando ser comunista, Castro había “anunciado” que la Revolución era Socialista horas antes de la Operación Bahía de Cochinos. ¿Sabían los fidelistas qué era en verdad el marxismo? ¿Conocían los efectos del centralismo, la idea de que el Estado debe educar a los hijos? En todo caso, los milicianos se alistaron para el sur de Matanzas por la hipnosis fidelista o las promesas de la Revolución. Es ilógico creer que la gente sabía qué rayos era el Marxismo y mucho menos sus desastrosas consecuencias.
Yo lo creía así. y escribí un texto sobre esa premisa. Lo envié como trabajo de curso a un profesor, que se pavoneaba diciendo ser Coronel de la Reserva militar. Recibí a los días una llamada suya diciéndome que era un contrarrevolucionario, y colgó el teléfono. Por supuesto, me dio la nota más baja posible, y ese día, frente a los 40 alumnos del aula, trató de humillarme por mis ideas.
Después de eso presenté una queja a la administración. Sin embargo, acabé siendo yo el acusado. Mi caso pasó por dos comisiones, una en el decanato de Comunicación y otra en el rectorado de la Universidad de La Habana. Discutían si alguien con mis ideas debía seguir en la carrera.
El entonces decano de la Facultad, Frank González, me dijo que «la universidad no es para contrarrevolucionarios». Luego supe que aquel señor calvo y bajito era más que un «revolucionario»: había sido rechazado como corresponsal de Prensa Latina ante la ONU, por considerarlo un espía.
Por decir una verdad sobre lo ocurrido en abril de 1961 al sur de Matanzas, solo una, casi pierdo mi carrera. Esos días fueron otro hito que me hizo cuestionar la narrativa oficial, salir de la matrix. ¿Quién ganó, a la larga, en Bahía de Cochinos? ¿Los cubanos que lucharon por la libertad, o los que lucharon por el Socialismo? ¿Los que encadenó Castro después de abril, o los que se pusieron los grilletes del marxismo?
La historia de mi tía Osnelba, es la de muchos cubanos, que, en la retórica hipnótica del tirano, se creyeron capaces de edificar el paraíso en la Tierra. A penas consiguieron excavar otro círculo del infierno.
El General de Brigada Rafael del Pino fue considerado un héroe de la aviación castrista en Playa Girón. Pero en 1987 huyó con parte de su familia, tripulando un Cesna, hacia Estados Unidos, la nación que tanto han maldecido socialistas, revolucionarios, izquierdistas y otros resentidos sociales. En ese país, hoy, lidera el Movimiento de Objetores de Conciencia que pide a militares que no repriman a los cubanos.
En tierras de libertad contó que el 18 de abril de 1961, por una orden errónea de Fidel Castro, la aviación cubana bombardeó a sus propios milicianos. A pesar de que el dictador no estaba dirigiendo los combates, sino que ordenaba “que aseguraran esto o lo otro, el día 18, se le ocurre mandar un batallón, el 113 de las milicias, por un camino dentro de la ciénaga [de Zapata] para tratar de cortarle la retirada a las fuerzas de la Brigada 2506, que habían desembarcado y que se encontraban en Playa Larga”. Del Pino continua: “Lo único que se nos informa es que, a partir de dos kilómetros después de donde veamos los impactos de nuestra artillería, podíamos atacar todo lo que viéramos. Cuando llegamos a la zona, incluso dejamos más de dos kilómetros sin tocar, fueron aproximadamente cuatro kilómetros y descubrimos unos camiones con tropas que estaban por un caserío llamado Soplillar y los atacamos, creándole muchas bajas a nuestras propias tropas”.
Por supuesto, nada de eso es relatado por la historia oficial cubana. En esa solo prevalence la foto de Castro saltando de un tanque de guerra, o dirigiendo su mano hacia un buque hundido en el horizonte, caminando con un teléfono en la mano o arreglándose las gafapastas. Postureo. Castro fue un narcisista sin instagram, pero con todas las cámaras de la isla apuntándole.
Como escribiera el colega Luis Felipe Rojas, muchos nacimos en la generación de los adoctrinados. Como bajo el nacionalsocialismo los alemanes desconocían la existencia de campos de concentración y exterminio, Rojas no supo hasta sus 25 años que en Cuba “hubo escritores encarcelados por escribir como pensaban o por intentar llevar adelante proyectos literarios fuera del látigo y el cepo revolucionario”.
Yo solo supe de eso a una edad ligeramente anterior. Y Bahía de Cochinos tuvo mucho que ver con ello. Me llevó a indagar más, después del trago amargo en la Universidad, en el horror comunista: mi tesis de grado, a los 23, abordó episodios como la Parametración, y la censura de autores de la Generación del 50 en las primeras tres décadas de la Revolución. Usé, incluso, el término «totalitarismo» para referirme al sistema; algo que mi tutor tuvo el valor de sostener.
El ambiente académico bajo el comunismo vendía aquellas censuras como errores del pasado, escollos superados por la entonces joven Revolución. Y esas premisas, apuntaladas por un férreo silenciamiento al pensamiento y literatura disidentes, permearon a la inmensa mayoría de mi generación.
Para los de mi tiempo, fue definitorio el acceso incipiente a Internet, que creció en 2015 con el caro y censurado servicio de datos móviles. Para mí, en lo personal, no fue hasta que, sobre esas fechas, empecé a trabajar en la prensa independiente y accedí, mediante proxys, a webs como las del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo. Redescubrí Cuba.
Haciendo mi Servicio Social obligatorio -dos años de vida que todo joven tributa al Estado en pago por su «educación gratuita»- llegué a un artículo de Zoe Valdés, que hablaba, fuera de los cánones oficialistas, sobre lo ocurrido al sur de Matanzas en abril de 1961. No le llamaba Girón, sino Bahía de Cochinos. Hablaba de héroes, no de mercenarios. Fue un despertar.
La curiosidad y el libre flujo de ideas, la libre expresión desde la que alguien había escrito, me salvaron de mantener el adoctrinamiento. La libertad no sólo salva al que la posee.
En 2013, a partir de la visita del Papa Benedicto XVI a Cuba, el régimen rompió el hábito castrista de más de medio siglo de invisibilizar fechas cristianas, y desde entonces los viernes de Semana Santa son feriado nacional. Para contrarrestar el tinte religioso, se da una semana de receso escolar, le llaman la Semana de la Victoria y coincide con los días de la Batalla de Bahía de Cochinos. El Estado busca, otra vez, solapar el festejo tradicional con un nuevo calendario religioso, el del culto Marxista.
Imaginen un día que, en la isla libre, restaurada la justicia histórica, celebremos la Semana, con la cruz de Cristo y con la del emblema de la Brigada 2506. Con la esperanza de Vida, y con la memoria de los caídos.
*Yoe Suárez, author of the non-fiction books «La otra isla» (Finalist Michael Jacobs Fellowship 2016 and Latino International Book Award 2019), «El soplo del demonio. Violencia y pandillerismo en La Habana» (2018), «Charles en el mosaico» (Casa de las Américas Mention 2017) and «Leviatán. Policía política y terror Socialista en Cuba» (Ilíada Award 2021). His books have been translated into Italian and English. Was a correspondent in Havana for CBN News. He has published in outlets such as The Hill, Newsweek, El Espectador, Univision and El Español. He did narrative and investigative journalism for independent Cuban media for eight years on the island, until his exile in August 2022. He directed documentaries such as the feature film «Cuba Crucis» (2022) and «Normadentro» (Memoria Documental Award of the Muestra Joven ICAIC 2011). He has appeared as a contributor in Deutsche Welle and Mega TV and runs the Boca de Lobo platform since 2018. |