*Por: Yoe Suárez
Puedo imaginarme la cara del que descubrió aquel saco lleno de cabezas de perros en San Antonio de los Baños, Cuba. Por esos días del año 2012 habían acabado las tumultuarias fiestas populares del Humoranga, y aún el paladar local recordaba las fabulosas brochetas que, misteriosamente, se vendían a precio de bolsillo en el siempre hambreado panorama cubano. Puedo imaginarme a la gente escuchar lo del saco. Atar cabos sueltos puede ser vomitivo. La posible venta de carne de perro no deja de recordarme cuando Donald Trump señaló que la gente defiende la libertad porque quiere pasear a su perro y no comérselo. Claro, quizá no a tu perro, pero al perro vecinal, al que pasa a un tiro de piedra y no lleva collar ni responde a nombre alguno. La gente tiene hambre, pero también sentimientos.
Por eso un conocido escritor cubano me contaba que antes de salir a cazar gatos en sus años universitarios, se daba unos buches de ron, como para dilatar la conciencia. Sí, en Cuba la gente también ha comido gatos. La demanda por esta y cualquier carne tuvo un pico en los 1990, la crisis más dura en la isla, cuando el escritor estudiaba para hacerse ingeniero y las noches del hambre no dejaban ni dormir. En esa fatídica década los compradores de carne de conejo pedían el animal con cabeza, para asegurarse que no le vendían gatos. De ese período llega un amplio recetario de la supervivencia. De las pizzas con condones en vez de queso, a los bistecs de cáscara de toronja y de colchas de trapear.
El Socialismo ha fracasado tanto y de tantas maneras que, como dijera Thomas Sowell, solo un intelectual sería incapaz de verlo. En 2007, expertos de la Universidad de Loyola, en Estados Unidos, y de la cubana de Cienfuegos, estudiaron los impactos del llamado Período Especial, y concluyeron que habían hecho bien a la salud de los cubanos. Sí, como lee. Por la falta de alimentos y de combustible, que obligó a miles de cubanos a pedalear en bicicletas para transportarse, disminuyó la obesidad. Y como consecuencia el número de muertes atribuidas a la diabetes, enfermedades coronarias y paros cardíacos. Al mismo tiempo la carestía minimizó la cantidad de calorías en la dieta. Vaya, que después de zombificar a millones de almas, hay que agradecerle al Gran Hermano. Los expertos pueden ser, se sabe, nuevos tiranos del Estado posmoderno, y con Cuba, el alargado parque temático de la izquierda global, han tratado de reescribir su historia para acomodarla a sus delusiones. Los académicos detrás del estudio obviaron, convenientemente, el alza de enfermedades como la polineuritis o la depresión durante los 1990.
¿Qué dirían sobre un acto de canibalismo si este ocurre en Cuba Socialista? ¿Cambiarían la brújula moral para justificarlo? A finales de 2022 trascendió que un empleado hospitalario «estaba extrayendo órganos y grasa corporal de fallecidos para triturarlos y venderlos como picadillo». El rumor corría en redes sociales, y mediante una declaración oficial la Dirección Provincial de Salud de Santiago de Cuba lo confirmó: la Policía Nacional Revolucionaria investigaba un posible caso de tráfico de órganos de fallecidos en el Hospital Clínico Quirúrgico Ambrosio Grillo Portuondo. “Ciertamente, existen dos trabajadores del hospital de referencia que se desempeñan como eviscerador y terapia ocupacional, detenidos el día 9 de diciembre de 2022 por presunto hecho delictivo, al habérsele ocupado dos corazones de posible procedencia humana”, explicó el centro estatal. ¿El progreso revolucionario llevará a la antropofagia?
Si la desconexión con el desaparecido Bloque Socialista puso al régimen cubano al borde del abismo, el enchufarse con la Venezuela chavista y absorber recursos a cambio de espejitos ideológicos fue su salvavidas. Solo eso para el común: un salvavidas. Ciertamente siguió siendo difícil acceder a alimentos.
Estados Unidos es uno de los principales importadores de alimentos a la isla. En 2021 el castrismo desembolsó más de 124 millones de dólares en cuartos de pollo congelados, un incremento sustancial respecto a 2020, cuando pagó por ese mismo producto poco más de 67 millones. Sí, el Imperialismo que quiere que muera de hambre el pueblo aguerrido, el pueblo que (el régimen cree) enciende la chismosa en el apagón agradeciendo que al menos no gobierna la derecha en Cuba, la isla que antes de 1959 producía carne y exportaba flores al sur de Estados Unidos. Sí. Cuando cambia el sistema, cómo cambian las cosas.
Los revolucionarios del 59 repetían que los cambios eran buenos, que el cambio era igual a progreso, que solo podían marcar esa dirección de avance que nadie sabía con certeza a dónde iba. Pero, como hemos visto, progresismo no significa progreso. Tener los pies en la tierra, un minuto, basta para saberlo.
Luis O[1], vive en Camagüey, heredó una escopeta, y después de un proceso engorroso sacó licencia para cazar. Es 2023, pero Luis sale a matar patos, codornices, lo que pase frente al cañón, para alimentar a su hermano, su madre, su esposa y sus dos niños, como si la ciudad de Camagüey fuera aún Santa María del Puerto del Príncipe. Mientras el socialismo impone a una empobrecida población tiendas en moneda capitalista (euro, dólar, todo), los camagüeyanos veían las tiendas en pesos cubanos secarse. Sin comida, Luis regresó en el tiempo. Comparte sus días hasta hoy con la necesidad de internarse en el monte y cazar.
El Estado cubano llora sobre el embargo y lo pinta como “bloqueo”, pero el único bloqueo que existe es el del Estado contra el ciudadano, y es el que pasa factura dejando tierras sin cultivos y estómagos sin comida. Los burócratas del Palacio de la Revolución patalean porque Washington no da crédito a un país que no paga, y porque políticos norteamericanos consideran inmoral comerciar libremente con un régimen que prohíbe el libre comercio entre sus habitantes.
Como en la India, por más de 40 años las vacas fueron “sagradas” en Cuba. En una por la fe, en otra por la mano del dios-Estado. Solo fue hasta 2021 que se autorizó en la isla la venta de carne de res, y despenalizó su producción y venta por parte de privados. Desde 1979 ningún productor podía vender esta carne, y los compradores eran castigados con hasta un año de cárcel por comprarla. En el momento de su despenalización, se pagaba la libra en el mercado informal hasta a 12 dólares. El castrismo anunció que pagaría el kilo de carne al campesino a dos. Magnánimo.
Fiel a la desconexión con las leyes naturales, el estatismo cubano proyectaba en 2021 la asignación de unos 3 461 millones de pesos adicionales al presupuesto anual, «en función de estimular la producción agropecuaria». Pero la inversión fue nada. El mismo voluntarismo que “sacaba” dinero de las arcas, generaba una de las mayores inflaciones del planeta ese año y su consecuente devaluación del peso. Creía que subvencionando con «créditos blandos» gastos de electricidad, agua, fumigación y piensos para la cría de cerdos, compensaría mágicamente la falta de libertad económica de 63 años.
En 1979 el primer Código Penal revolucionario criminalizó el sacrificio de ganado. Pero el hambre era tanta que lejos de parar, en 1987 tuvo que ilegalizarse en la letra el sacrificio de caballos. En 1999 la severidad de las condenas por sacrificio de ganado mayor se incrementó. Hasta ocho años de cárcel purgaría quien vendiera o transportara esa carne. Pero no hay decreto que detenga el hambre. Solo la libertad y el trabajo.
Antes de 1959 Cuba era un importante productor ganadero regional. En los primeros años el castrismo atribuía su incipiente reducción a sabotajes de sus opositores internos, sin embargo, una vez fusilados miles de ellos y otros cientos de miles empujados a la cárcel o al exilio, el fenómeno no se revirtió. Hoy el paraíso socialista importa el 80% de los alimentos que consume y dedica anualmente, con frecuentes restricciones por falta de liquidez e impagos, unos 2.000 millones de dólares a esas importaciones.
Por otro lado, el hambre es un efectivo mecanismo de control. Impide pensar más allá del día a día, de satisfacer la urgente necesidad que, literalmente, trepa al individuo en la cuerda floja de la vida o la muerte. Al mismo tiempo, una sociedad en la desesperación puede convertirse en un tsunami de violencia. El castrismo ha jugado por décadas la estrategia del goteo: porciones misérrimas a través de la cartilla de racionamiento, suficientes para cubrir la alacena unos pocos días, ocupando tu mente en “inventar” la mayor parte del mes, pero en un modelo que mantiene expectante el cuerpo hasta la próxima venta de productos.
Tanto se ha “inventado” en Cuba que, en 2012, ante una falta nacional de aceite, circuló en el mercado negro habanero aceite de crematorios… para la cocción de alimentos. Según explicó el presentador Juan Juan en ese momento, con cada cremación, se usan cerca de 20 litros de aceite de quemar, para el tratamiento de los gases del humo. De un almacén del incinerador de Guanabacoa, en la periferia capitalina, salió el líquido de marras. Hubo escándalo, en las proporciones que ameritaba la historia, y al parecer cortaron la red. Pero lo que no han cortado los revolucionarios es la escasez de aceite, que asoma de vez en vez en la isla del “no hay”.
Una amiga pintora que llegó a finales de los 1960 en los Estados Unidos experimentó una crisis de pánico en Los Ángeles. Entró a una pequeña tienda de víveres y hubo que sacarla cargada. Del estante vacío, la desesperación por qué comer mañana y las largas filas, a anaqueles interminables, llenos hasta el tope y con tantas marcas y precios para elegir. Mi esposa y yo arribamos a Miami conociendo ya otros países, de uno y otro lado del Atlántico. El impacto de los comercios rebosantes no fue tanto como para compatriotas que arriban de la nada cotidiana a una nación de abundancia. Aún así, cuando entro al baratísimo Dollar Tree o al gigante Wallmart, lo primero que pienso es en mis amigos y sus hijos, en mi madre, en los ministerios de mi iglesia, que ayudan a ancianos y niños abandonados, a personas sin hogar. Seguro les pasa a otros. Uno se imagina llenando maletas, sí. Esa suerte de parche. Pero también pienso en cuánto la libre empresa podría llevar a Cuba. Empleo, comida y medicinas. Donde más se respeta el libre mercado más se acerca el paradigma de tierra en que fluye leche y miel.
Para mí una clara marca de la abundancia en Estados Unidos se manifestó en Halloween. Para ese día se preparan por semanas disfraces y decoraciones. Las ventas de golosinas se disparan. La noche en sí vi llenarse de muchachos y familias barrios por donde no anda un alma ningún otro momento del año. “¡Trick or treat!”, gritaban antes de extender las manos. Al otro día, en el pavimento, las aceras, los jardines de todo el vecindario, había cientos de caramelos, chocolates, juguetitos. Todos sellados, deslizados al descuido de cestas y canastas, olvidados porque hay más y mañana habrá de nuevo, porque comprar una galletita a tu hijo no cuesta diez horas de cola, y una pelea a empujones.
Niños en Cuba, por ejemplo, desollan pelícanos para vender su poca carne a 70 pesos cubanos (menos de un dólar) cada uno. La historia no tiene lugar a inicios de la Revolución o en los años 1990, sino en 2022, en el pueblo costero de Caibarién. Por calles de tierra pedalea uno de ellos con una cubeta llena de pelícanos sin plumas ni piel. De las casas desvencijadas se asoman posibles compradores.
Cerca vive “la primera transexual delegada a la Asamblea Municipal de un pueblo en Cuba”, Adela Hernández. Cuando el cronista preguntó por la suerte de los niños devolvió la amenaza de alejarlos de su madre: «Voy a ver al [funcionario] de Menores. Los va a coger la granja de reeducación. Y luego, ya saben”. Mientras, los niños que “pescan” pelícanos matan el hambre hirviendo con azúcar morena y hojas de guayaba los cadáveres de las aves. “Botas el agua tres veces -detallaron al reportero-, y así no saben tan mal”.
*Yoe Suárez, author of the non-fiction books «La otra isla» (Finalist Michael Jacobs Fellowship 2016 and Latino International Book Award 2019), «El soplo del demonio. Violencia y pandillerismo en La Habana» (2018), «Charles en el mosaico» (Casa de las Américas Mention 2017) and «Leviatán. Policía política y terror Socialista en Cuba» (Ilíada Award 2021). His books have been translated into Italian and English. Was a correspondent in Havana for CBN News. He has published in outlets such as The Hill, Newsweek, El Espectador, Univision and El Español. He did narrative and investigative journalism for independent Cuban media for eight years on the island, until his exile in August 2022. He directed documentaries such as the feature film «Cuba Crucis» (2022) and «Normadentro» (Memoria Documental Award of the Muestra Joven ICAIC 2011). He has appeared as a contributor in Deutsche Welle and Mega TV and runs the Boca de Lobo platform since 2018.
[1] La identidad del entrevistado ha sido protegida.