La historiografía cubana viene repitiendo en todos los espacios posibles, muy especialmente el sistema de enseñanza del país, que la guerra de independencia estaba ganada en vísperas de la intervención de los Estados Unidos, al iniciar estos su propia contienda bélica contra España.
Una verdad incómoda es que los cubanos alzados en armas contra el colonialismo español, los llamados mambises, estaban lejos de ganar la sublevación armada del 24 de febrero de 1895, continuación de las insurrecciones anteriores, desde el 10 de octubre de 1868.
La opinión normativa para maestros y demás profesionales ocupados en el tema, quedó plasmada el 17 de diciembre de 1975, cuando al pronunciar el discurso de apertura del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro, en lo que tituló “Análisis histórico de la Revolución cubana”, dictaminó:
“España estaba exhausta, sin recursos ni energía para continuar la guerra. El ejército español ya sólo controlaba las grandes plazas. Los revolucionarios dominaban todo el campo y las comunicaciones interiores. Muchos prestigiosos generales españoles habían sido derrotados a lo largo de la contienda”.
Sin embargo, los hechos suelen ser testarudos, el escenario militar antes de esa intervención pudiera describirse con la frase un equilibrio en precario.
Se trata de una situación típica de las guerras irregulares, donde el bando refugiado en los campos no puede ser desalojado por el ejército gubernamental, mientras a los insurrectos les resulta imposible ganar batallas decisivas y menos aún ocupar las ciudades.
Las columnas españolas, al moverse de un lugar a otro eran emboscadas con frecuencia, sufriendo importantes bajas, nutriendo a los rebeldes de municiones y otras vituallas.
Por su parte, el bando español ganaba en experiencia, enfrentando con mejores resultados los ataques relámpago de la caballería cubana, a la vez que, al tomar el mando de la Isla en febrero de 1896, el nuevo Capitán General, Valeriano Weyler, pone en práctica una estrategia de aislamiento aplicada a los rebeldes, con el objetivo de quitarles todo apoyo por parte de la población campesina, mayoritaria en el país.
La llamada “reconcentración” obligó a trasladarse hacia las ciudades a los pobladores del campo, contribuyendo a la ruina de la agricultura y la ganadería, hacinando a estos migrantes forzados, provocando un genocidio calculado conservadoramente en 200 mil civiles fallecidos entre finales de 1896 y enero de 1898.
No deben olvidarse los efectos letales de la Fiebre Amarilla, pandemia que en aquel momento se extendía por toda América.
La barbarie tuvo sus “resultados”, obligando al ejército libertador a dividirse en agrupaciones menores para subsistir, porque, contrario a la aseveración de Fidel Castro, era falso que “el ejército español solo controlaba las grandes plazas”.
De hecho, durante los 3 años de guerra, en una ocasión, por apenas 6 días, los independentistas tomaron una ciudad de relativa importancia, sucedió el 30 de agosto de 1897, cuando unos 1200 mambises, al mando del mayor general Calixto García, asediaron y ocuparon la pequeña villa que hoy se llama Las Tunas.
Fundada en 1796, el censo de población de 1887 indica 12049 habitantes para el ayuntamiento de Las Tunas, cifra que incluye a la mayoritaria población rural, en tanto el censo de 1899 contabilizó 19984 pobladores en el Municipio de Puerto Padre, al cual pertenecía este núcleo urbano.
Los censos señalados consideran que la urbanización no superaba al 20%, por tanto, la única ciudad tomada por los insurrectos durante toda la guerra debió contar con 3 mil o 4 mil habitantes a lo sumo.
La tragedia recurrente aumentaba porque el fuego destructor se convirtió en un arma de guerra para los cubanos alzados contra España. El General en Jefe Máximo Gómez ejecutaba con esmero “La Tea Incendiaria”, una antorcha vegetal aplicada a los campos de caña de azúcar, fábricas, y en general a toda instalación capaz de proporcionar ingresos a la monarquía ibérica.
Además del citado combate, en otras dos ocasiones hubo enfrentamientos que superaron el millar de soldados de cada lado, en ambos casos, durante el primer año de la guerra:
Combate de Peralejo, librado el 13 de julio de 1895. Unos 1540 españoles en dos columnas, lideradas por el Capitán General Arsenio Martínez Campos en persona, sufren el acoso de un millar de insurrectos, a las órdenes del Mayor General Antonio Maceo. Las bajas pasan del centenar por ambos bandos. Se considera una victoria reñida de los cubanos.
Batalla de Mal Tiempo, 15 de diciembre de 1895. Combatieron 2500 insurrectos, juntando caballería e infantería, frente a una cifra no determinada superior al millar de ibéricos, mayormente infantes. El encuentro resultó ser una breve escaramuza porque el contingente invasor no estaba preparado para una gran batalla, cuyos resultados pudieran comprometer el objetivo estratégico de extender la guerra hasta el occidente, más rico y poblado que el resto del país.
José Miró Argenter, general Jefe del Estado Mayor de Antonio Maceo, este último al mando de la caballería en Mal Tiempo, nos dejó esta descripción del combate en sus célebres Crónicas de la Guerra:
«Firme aún, la infantería española, rodilla en tierra, resistió con un fuego mortífero y las puntas de las bayonetas, para que nadie pasara. Al grito de «arriba Oriente, al machete, viva Maceo», abren brecha los orientales y acuchillan sin piedad durante quince minutos. No duró más tiempo el drama”.
Otro general cubano, Enrique Loynaz del Castillo, padre de la célebre poetiza, premio Cervantes, Dulce María Loynaz, evaluó así los hechos al publicar sus Memorias de la Guerra:
«La jornada de Mal Tiempo probó una vez más la capacidad del soldado español, mucho mejor armado como estaba, y más disciplinado para vencer en el campo abierto a tropas sin ninguna experiencia previa en combate”.
Había trascurrido más de una década de enfrentamientos continuados entre ambos cuerpos armados, los peninsulares resistían cada vez mejor a su peor enemigo, las fulminantes cargas al machete, en tanto los mambises muy poco evolucionaron en cuanto a las acciones propias de una guerra irregular, frente a un adversario abrumador en número y recursos.
Los cubanos carecían de artillería, el Mayor General Calixto García, al tomar Las Tunas el 30 de agosto de 1897, utiliza por primera vez varios cañones de mediano calibre. Tampoco contaban con fuerzas navales, únicamente algunas expediciones con refuerzos en armas y hombres, llegadas desde el vecino norteño, lograron burlar la vigilancia de la armada peninsular.
El desgaste de ambos bandos, en la parte española los estragos del clima se hacían sentir tanto o más que las bajas en combate, llegó al extremo de que, entre octubre de 1897 y abril del siguiente año, no se registra ningún combate significativo entre cubanos y españoles.
Hay coincidencia en que el número total de rebeldes armados no sobrepasó los 25 mil durante 1898. John Lawrence Tone, autor de Guerra y genocidio en Cuba, 1895-1898 y Fernando J. Padilla en su tesis Volunteers of the Spanish Empire (1855-1898), coinciden en que, del total de combatientes registrados en el bando insurrecto, como mínimo el 25 %, se incorporó al final de la contienda, cuando la intervención de los Estados Unidos hizo predecible la segura derrota española.
No menos significativo es el hecho igualmente probado por la historiografía militar, de la presencia activa de un número de nacidos en Cuba, cifrado en 30 mil según datos conservadores, combatiendo en calidad de voluntarios y guerrilleros, alzando la bandera española.
La guerra de Cuba, como se le llamó en la península, era hasta cierto punto una guerra civil.
La frase “equilibrio en precario” alude a un prolongado agotamiento sin perspectivas de que uno de los bandos pudiera ganar fuerzas por sí mismo inclinando la balanza a su favor. Aunque agotada, la enorme desproporción entre España y Cuba le permitía a la monarquía ibérica prolongar el estado de cosas durante mucho tiempo. En tal contexto, una fuerza externa, fresca y poderosa, le bastaba con un empujón para ganar la guerra.
Tal fuerza estaba al acecho, Los Estados Unidos necesitaron dos meses y unos días, librando dos medianas batallas terrestres, junto al suicidio de la flota del Almirante Cervera, cazada cual ejercicio de tiro al blanco, saliendo de la bahía de Santiago de Cuba, para con el concurso valioso de los mambises, conseguir la rendición de España.
Vendrían cuatro años de ocupación y gobierno militar estadounidense, materia sobre la cual persisten otras verdades incómodas que nos proponemos abordar.
*Vicente Morín Aguado es periodista independiente asociado al Havana Times. Este es uno de los trabajos exclusivos para el Instituto de Estudios Cubanos de Morín Aguado que ahora reside en los Estados Unidos.