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The Cuban Studies Institute Publications

La violencia y los cambios políticos en Cuba

*Por: Vicente Morín Aguado

El 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes se alzó en armas contra el poder de España, leyendo una proclama ante un centenar de esclavos, liberados en el acto, junto a un puñado de seguidores, marcando un hito en la historia de la violencia como medio de los opositores para alcanzar sus objetivos frente al poder político establecido.

El Manifiesto del 10 de octubre es de hecho nuestra primera declaración de independencia, no fue consensuada como lo hicieron antes en Philadelphia los firmantes de la universal carta de la libertad norteamericana, no podía serlo, quien entonces se convertía en Padre de la patria, actuaba con la urgencia de una orden de arresto en su contra, felizmente interceptaba en el cercano Manzanillo por un familiar.

Conspiraciones y acciones armadas anteriores habían terminado en la ejecución por garrote vil de los principales implicados, el abogado bayamés, hombre de palabra y acción, de entre sus razones para acudir a la violencia, la primera suscrita fue que “España gobierna la isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado.”

Desde entonces la violencia de los amantes de la democracia, todo lo opuesto al poder despótico de la monarquía ibérica, debió enfrentar en nuestra patria un combate desigual, signado además por la impronta de Cuba en el mundo. Céspedes lo consigna en sus palabras de nuestro Día de la Independencia:

“Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio. El empleo de las más grandes naciones autoriza ese último recurso. La isla de Cuba no puede estar privada de los derechos que gozan otros pueblos, y no puede consentir que se diga que no sabe más que sufrir. A los demás pueblos civilizados toca interponer su influencia para sacar de las garras de un bárbaro opresor a un pueblo inocente, ilustrado, sensible y generoso.”

Si cambiamos la monarquía absoluta por el totalitarismo castrista, al paso de siglo y medio, salvando distancias obvias, estamos en las mismas.

La proclama contiene un primer concepto de la mayor importancia, se dice último recurso, porque los rebeldes del sesenta y ocho acudieron a las armas luego de intentar infructuosamente convencer al poder de la necesidad de los cambios.

Décadas de intentos reformistas terminaron en el fracaso de la llamada Junta de Información, convocada por el ministro español de la corona Cánovas del Castillo, que solo un año antes del alzamiento fue disuelta por la arrogancia colonial cuando, lejos de hacer concesiones, decretó nuevos impuestos, en tanto el llamado “Cuerpo de voluntarios”, combinado con una concentración cada vez mayor de tropas regulares, reforzaron la represión.

¿Qué distingue al uso de las armas con fines políticos, si de nuestra causa se trata?

Al precepto anterior debe agregarse la definición de un objetivo civilista, democrático, republicano, ajeno a toda dictadura. Una vez alzados, no pasó un año y ya en Guáimaro se proclamó una constitución donde el poder civil estaba por encima de las prerrogativas militares, inclusive la cámara legislativa podía destituir al Presidente de la estrenada República en Armas.

Sin ánimos de historiar, desde la enseñanza secundaria sabemos del Pacto del Zanjón, la infructuosa Guerra Chiquita y por fin, la gran guerra del 95, que dio paso a la intervención norteamericana, cuyo colofón fue la República, inaugurada en 1902.

El general pacificador Martínez Campos enfrentó, de un lado la protesta, cara a cara, de su homólogo libertador Antonio Maceo, en Los Mangos de Baraguá (15 de marzo de 1878), ambos masones, por cierto, uno europeo blanco, el otro negro antillano; paralelamente la Isla conoció de nuevos intentos reformistas, al permitir las autoridades coloniales el surgimiento del Partido Liberal Autonomista en 1878.

Fue el primer partido político de nuestra historia, muchas de sus figuras ocuparon importantes cargos durante la república, en plena concordancia con una proclama inusual si consideramos la tradicional intransigencia cubana, dada a conocer por Máximo Gómez desde el central Narcisa, Yaguajay, en diciembre de 1898. 

Previendo el futuro republicano, el General en Jefe del Ejército Libertador aconsejaba:

“Para andar más pronto el camino de la organización nacional elegid para directores de nuestros destinos, a los hombres de grandes virtudes probadas, sin preguntarles en dónde estaban y qué hacían mientras Cuba se ensangrentaba en su lucha por la Independencia.”

El autonomismo ha sido tratado malintencionadamente por el oportunismo historiográfico, ligado a la política, dominada por la supuesta legitimidad de la violencia como único recurso posible.

Según el profesor Luis M. García Mora, este reformismo, digamos tardío, “…condensaba las principales preocupaciones de las elites criollas y concretaba los problemas del momento. Un programa que, en definitiva, reflejaba el más puro sentido liberal (libertad de imprenta, reunión y asociación) y, en último término, la admiración al sistema de autogobierno que el liberalismo británico había instaurado en el Canadá.”

Entre 1878 y 1894, hasta el fracaso de una nueva convocatoria reformista desde Madrid, esta vez del ministro Maura, terminó imponiéndose la terquedad: ni los hijos de Sagunto y Numancia veían a bien el liberalismo británico, ni los criados bajo el sol tropical estaban dispuestos a jurar lealtad a Rey alguno, así fuera formalmente. 

Siguiendo el curso de los acontecimientos, entra en liza premonitoria la ética política de José Martí, al fundar el Partido Revolucionario Cubano (PRC), casi al final de una década de exilio en los Estados Unidos (abril de 1894).

El bien llamado apóstol de nuestras libertades aporta detalles sustanciosos al uso de la violencia como instrumento revolucionario. La explicación está contenida en las bases fundacionales de la organización:

“Artículo 5°- El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y el bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre.”

Al aceptar la violencia armada como último y obligado recurso, el Maestro por antonomasia, previene que una agrupación instituida para conseguir la república no puede aprovechar sus indudables ventajas de triunfador para dominar luego en la política nacional. El papel del PRC se limitaría a entregar a todo el país la patria libre.

Sobre la contienda militar que conscientemente se estaba provocando, abundan las advertencias en cuanto a su alcance, métodos y moderación. El Manifiesto de Montecristi, firmado por Martí y Gómez en la humilde vivienda campesina del dominicano, electo General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba, (25 de marzo de 1895), expresa ante el mundo que: 

“Sólo es lícito al Partido Revolucionario Cubano declarar su fe en que la revolución ha de hallar formas que le aseguren, en la unidad y vigor indispensables a una guerra humana, benéfica y culta, el entusiasmo de los propios cubanos, la confianza de los españoles y la amistad del mundo.”

Nunca antes un partido político, unos líderes dispuestos al combate, hablaron con similar diafanidad de hacer una guerra “humana, benéfica y culta”. No debe extrañarnos, la ética martiana había mostrado sus definiciones muchas veces. El también brillante periodista en suelo estadounidense, al comentar en 1883, el homenaje al recién fallecido Carlos Marx enfatizó:

“Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Mas se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se desborde, y espante.”

Cualquier forma de dictadura, incluida la del proletariado, era rechazada por el ideario martiano.

A propósito, recalcamos que Máximo Gómez Báez fue electo, no designado ni auto propuesto, Jefe militar supremo, después de una votación convocada por el PRC entre todos los veteranos activos de las luchas independentistas anteriores.

Martí murió apenas iniciada su experiencia militar en los campos de Cuba libre, Gómez y Maceo comandaron la invasión a occidente, campaña militar que le hizo escribir al general Daniel E. Sickles, veterano de la guerra civil norteamericana: “La marcha de Gómez, desde el punto de vista militar, es tan notable como la de Sherman, debemos poner a Gómez y Maceo en la primera fila de la capacidad militar.” 

A pesar de estos méritos incuestionables, la guerra no parecía concluir en breve, generosa y humana como la pensara el Maestro. Todo lo contrario, la tea incendiaria impuesta por los libertadores arruinó la agricultura, considerada la fuente de ingresos principal del colonialismo, cuya respuesta fue aún peor, al decretarse el llamado Bando de la Reconcentración de Weyler, antecedente tropical del fascismo europeo.

Maceo se quejaba, según cuenta su Jefe de Estado Mayor, el general catalán Miró Argenter, de la urgencia por lo que llamaba el Ayacucho cubano,interprétese, una batalla decisiva que pusiera final a la contienda.

Los mambises dominaban en los campos, ocasionalmente hacían incursiones tomando por breve tiempo algunas ciudades menores, pero les era imposible mantener la conquista. España había concentrado en la Isla 200 mil soldados frente a no más de 5000 del bando libertador. Sumando el dominio sobre el mar y las numerosas fortificaciones urbanas de gran tamaño, la guerra se mostraba interminable.

Finalmente, los Estados Unidos, desde siempre un expectante vecino cada día más poderoso, le declararon la guerra a España, no sin antes reconocer el Congreso de Washington en una célebre Joint Resolution que “el pueblo de Cuba es, y de derecho, debe ser libre e independiente.”

Tuvimos al fin la República, signada con la controversial Enmienda Platt, igualmente votada en la capital norteamericana, cuyos 8 artículos tutelaban desde la Casa Blanca nuestra estrenada libertad. 

La violencia no nos abandonó al izarse en el Morro la bandera de la estrella solitaria, alcanzó alturas poéticas cuando en su natal Matanzas, Bonifacio Byrne publicaba su poema Mi Bandera, el 5 de mayo de 1899, bajo la ocupación militar norteamericana. Cantemos al menos una estrofa:

Orgullosa lució en la pelea,
sin pueril y romántico alarde;
¡al cubano que en ella no crea
se le debe azotar por cobarde!

Es difícil encontrar un cubano que no sea capaz de recitar un fragmento de esta composición literaria claramente opuesta a la presencia extranjera en el país al cual regresaba Byrne, precisamente de un exilio en Tampa, EE. UU., obligado por la represión colonial.

No es fácil explicar cómo sociológicamente se trastruecan los sentimientos humanos, porque jamás el poeta hubiera podido publicar, incólume, sus versos durante la dominación española y faltaban casi dos años para ver flotar, única y soberana, la bandera que fue inspirada, como muchas otras, en los colores franceses de la libertad.

El irse a las armas siguió siendo práctica común en el país cuando un bando no lograba imponer sus propósitos o veía amenazados sus intereses, de lo cual dieron fe los liberales al levantarse en armas dos veces: 1906 y 1917. 

Un nuevo hito de violencia inundó la vida urbana, vinculado a la prórroga de poderes que convirtió al presidente electo Gerardo Machado en dictador-1928-, quien empleó a la policía, el ejército y paramilitares en su afán por gobernar contra una mayoría opositora de amplio espectro. La respuesta fue igual de violenta, con la preferencia por los atentados con armas personales y los explosivos.

La impronta quedó sembrada en la vida nacional, desde entonces abundó el pistolerismo hasta en las universidades, cuya consecuencia mayor fueron planes premeditados, entre ellos destaca el asalto al cuartel Moncada por Fidel Castro.

La operación militar ejecutada en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953, ocurría después que el general Fulgencio Batista había desplazado con el apoyo del ejército y la policía al gobierno legítimo. Siguió una represión cada vez mayor a sus opositores, que igualmente respondieron, en escalada, con bombas, atentados y la formación de cuerpos armados para sacar al dictador de su lugar.

Sin embargo, Batista se mostró conciliador en cierta forma, otorgando un trato excepcionalmente blando a su oponente Fidel Castro, durante los dos años de una sentencia de 15, que cumplió en el Reclusorio Nacional de Isla de Pinos. La condena terminó en amnistía para el joven asaltante, junto a sus compañeros sobrevivientes de los sucesos del Moncada-mayo de 1955-, sin que, por ello, ni Fidel, ni su antiguo vecino entre las cercanas localidades orientales de Birán y Banes, Fulgencio, aceptaran un diálogo nacional propuesto en esa fecha por el veterano diplomático Cosme de la Torriente.

Lo peor fue que el dictador abandonó irresponsablemente el Palacio presidencial la madrugada del 1ro de enero de 1959, dejando a la desbandada al país, con un ejército que en lo fundamental se mantenía intacto frente a los cientos de rebeldes comandado por el hombre del uniforme verde olivo.

El alegato de Castro ha recorrido el mundo bajo el título La Historia me absolverá. Del texto copiamos:

“Había una vez una república. Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades, Presidente, Congreso, tribunales; todo el mundo podría reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos, y en el pueblo palpitaba el entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada; sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro.”

Esta era la república que una abrumadora mayoría de cubanos saludó, aplaudiendo al Comandante victorioso recorriendo de oriente a occidente el archipiélago caribeño, bendecido por el año nuevo.  

Si alguien tiene dudas de la traición premeditada de Fidel Castro a sus promesas previas a la conquista del poder, le recordamos que el 7 de febrero de 1959, cuando todavía no estaba planteado el conflicto con los Estados Unidos ni era ostensible su alianza con la Unión Soviética, después de una madrugada de conciliábulos en una casa del vedado, con el barbudo dirigiendo las propuestas, se deslizó subrepticiamente, al mejor estilo de una estafa vulgar, una reforma a la constitución de 1940, carta magna que sostenía la república reseñada por el Comandante en La Historia me Absolverá.

Sencilla y llanamente, volviendo a una práctica ejercida por el dictador derrotado y vilipendiado, el poder legislativo pasaba al Consejo de Ministros, y el Consejo de Ministros a su vez, era designado bajo personal supervisión del Primer Ministro, cargo ocupado por el propio Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, con la rúbrica de un Presidente puesto a dedo por él mismo. 

La provisionalidad de tal sistema de gobierno duró 17 años, hasta que en 1976 el Partido Comunista de Cuba ordenó un referendo, aprobando la nueva Constitución Socialista, cuyo artículo # 5, ¿recuerdan el mismo número en las bases del PRC martiano?, esta vez establecía la supremacía del partido único y gobernante sobre el estado y la sociedad en su conjunto.

La violencia resurgió, en abril de 1959 Fernando Pruna Bertot, de 23 años, se alzó junto a una decena de partidarios de la democracia, en las montañas de Pinar del Río. Ya en esos momentos cientos de opositores a la traición castrista estaban encarcelados, alrededor de mil combatieron a la nueva dictadura en el macizo montañoso de El Escambray, mientras en la fortaleza militar de La Cabaña, el Che Guevara mandaba con desbordado entusiasmo los pelotones de fusilamiento.

Este 2022 ha comenzado con más de 600 jóvenes detenidos en Cuba, a la espera de largas condenas tras las multitudinarias manifestaciones pacíficas del 11 de julio pasado. Decenas de ellos fueron ya sentenciados y cumplen prisión.

Resumiendo, la trayectoria de oposición No-Violenta en Cuba, cuyo hito inicial, no primer antecedente, está en la fundación del Comité Cubano pro-Derechos Humanos por Ricardo Bofill en 1976, los autores apelan a la probada experiencia del fin de diversas dictaduras de izquierda y derecha en el mundo, para finalmente concluir que:

“La resistencia no violenta es más capaz de movilizar a los ciudadanos para exigir cambios y también para obtener la solidaridad global, la sanción, el aislamiento político, diplomático y económico del régimen y las personas y entidades que violan los derechos de los cubanos, como se logró con el boicot al régimen de apartheid en la Sudáfrica segregacionista.”

A contrapelo, la dictadura continuista del títere Diaz-Canel actúa como si a su alrededor no pasara nada y el país siguiera en los mejores momentos de la dominación del déspota de las botas y el uniforme verde olivo, presuntuoso consumidor de literatura universal. 

No obstante, el dilema de la Violencia como último recurso, o el apego a la paciente batalla de la No-Violencia, vuelve a plantearse, como en los tiempos de Céspedes y Martí, porque, a fin de cuentas, la democracia sigue esperando en Cuba.

*Vicente Morín Aguado es periodista independiente asociado al Havana Times.  Este es el 11no de varios trabajos exclusivos para el Instituto de Estudios Cubanos de Morín Aguado que ahora reside en los Estados Unidos.

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